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Vicealmirante Nelson, María Antonieta, Blaise Pascal, Jean-Paul Marat, Godoy, Imanuel Kant, Beethoven, Gregor Mendel, Henry Morton Stanley, Louis Pasteur, Boris Yeltsin, Jerónimo, Concepción Arenal, Thomas Alva Edison.
Han descubierto que ni todos los Porshe ni todo el Prozac del mundo les dan la paz que están buscando.
John P. Verdon (1942 - ), novelista estadounidense.
El verdadero bien se halla únicamente en la tranquilidad de la conciencia.
Lucio Anneo Séneca (4 a.C. - 65), filósofo romano.
Frente a la filosofía está la posología, que es la dosis de ácidos, vitaminas y barbitúricos que el espíritu necesita para hallar la paz.
Manuel Vicent Recatalá (1936 - ), escritor y articulista español.
En ningún lugar puede encontrar el hombre un refugio más tranquilo y menos agitado que en su propia alma.
Está en tu poder retraerte cada vez que lo desees. La tranquilidad perfecta consiste en el orden de la mente, el reino que te pertenece.
Marco Aurelio Antonino Augusto (121-180), emperador romano y filósofo estoico.
Nada contribuye tanto a tranquilizar la mente como un propósito firme, un punto en el que el alma pueda fijar sus ojos intelectuales.
Mary Shelley (1793 - 1851), escritora británica.
La reflexión calmada y tranquila desenreda todos los nudos.
Maurice Harold Macmillan (1894 - 1986), político y primer ministro británico.
Los bienes seguros en la mano conducen a la paz en la mente.
Mengke (372 a. C.-289 a. C.), conocido como Mencio, filósofo chino seguidor del confucianismo.
El que pierde la serenidad en su atolondramiento es como el moscardón que teniendo libre salida por el vano de la ventana se debate contra el cristal cuya diafanidad toma por aire claro.
Orison Swett Marden (1850 - 1924), escritor de autoayuda y moralista estadounidense.
Un corazón tranquilo es mejor que una bolsa llena de oro.
Máximas del acervo popular árabe.
El hombre que desee estar tranquilo ha de ser sordo, ciego y mudo.
Máximas del acervo popular hindú.
Cuando, desde el tren descubramos una ciudad desprovista de altas chimeneas y coronadas de campanarios elevados, bajémonos. Allí hallaremos seguridad para el cuerpo y sosiego y deleite para el espíritu.
Santiago Ramón y Cajal (1852- 1934), médico español, Premio Nobel en 1906.