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Barack Obama, Moshe Dayan, Ho Chi Mihn, Valentina Terechkova, Kissinger, Platón, Isabel la católica, Leónidas Breznev, Nat Turner, William Blake, Johann Pestalozzi, Chico Mendes, Rafael del Riego, Champollion.
Creo que lo único que ha quedado de la República fue lo que hice yo, el voto femenino.
Defendí en Cortes Constituyentes los derechos femeninos. Deber indeclinable de mujer que no puede traicionar a su sexo, si, como yo, se juzga capaz de actuación, a virtud de un sentimiento sencillo y de una idea clara que rechazan por igual.
Estoy tan alejada del fascismo como del comunismo, soy liberal.
Finada la controversia parlamentaria con el reconocimiento total del derecho femenino, desde diciembre de 1931 he sentido penosamente en torno mío palpitar el rencor. Razón aparente: que el voto había herido de muerte a la República.
Habíamos entrado en el terreno de la chabacanería y la befa, como argumento fácilmente empleado contra las ilusiones reivindicadoras de la mujer.
La división tan sencilla como falaz hecha por el gobierno entre fascistas y demócratas para estimular al pueblo no se corresponde con la verdad.
La victoria total, completa, aplastante de un bando sobre el otro, cargará al vencedor con la responsabilidad de todos los errores cometidos y proporcionará al vencido la base de la futura propaganda, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras.
Les faltaba valor para declarar que eran opuestos al derecho femenino, porque creían, como creen, en la inferioridad de la mujer.
Ni los más acérrimos enemigos de la mujer, que por serlo lo son míos, han podido arrebatarme el regusto paladeado de un logro que hace catorce años, cuando empecé a luchar por la dignificación de mi sexo, se me antojaba utopía pura en mi tiempo y en mi generación.
No cometáis un error histórico que no tendréis nunca bastante tiempo para llorar; que no tendréis nunca bastante tiempo para llorar al dejar al margen de la República a la mujer.
No dejéis a la mujer que, si es regresiva, piense que su esperanza estuvo en la dictadura; no dejéis a la mujer que piense, si es avanzada, que su esperanza de igualdad está en el comunismo. No cometáis, señores diputados, ese error político de gravísimas consecuencias.
Por los pasillos se extendía la ondulante captación de fórmulas, que también llegaba hasta mí, de quien la obligada firmeza se llamaba por muchos, intransigencia.
Clara Campoamor Rodríguez (1882 - 1972), abogada, escritora, política y feminista.