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Nat Turner, William Blake, Johann Pestalozzi, Chico Mendes, Rafael del Riego, Champollion, Nelson Mandela, Julio César, Davy Crockett, Carlomagno, George Gordon Byron, Beatriz Galindo, Alfonso X el Sabio.
Una sociedad capitalista requiere una cultura basada en imágenes. Necesita suministrar muchísimo entretenimiento con el objeto de estimular el consumo y anestesiar las lesiones de clase, raza y sexo. Y necesita reunir cantidades ilimitadas de información para poder explotar mejor los recursos naturales, incrementar la productividad, mantener el orden, hacer la guerra, dar trabajo a los burócratas.
Susan Sontag (1933 - 2004), escritora estadounidense.
El aumento de la productividad económica, que por un lado crea las condiciones para un mundo más justo, procura, por otro, al aparato técnico y a los grupos sociales que disponen de él una inmensa superioridad sobre el resto de la población. El individuo es anulado por completo frente a los poderes económicos.
Theodor W. Adorno (1903 - 1969), filósofo alemán, representante de la Escuela de Fráncfort.
Creo, sinceramente, como tú, que los sistemas bancarios son más peligrosos que los ejércitos.
Thomas Jefferson (1743 - 1826), tercer presidente de los Estados Unidos.
Los ricos incluso sacan una parte de sus ganancias de los pobres por ley. Han corrompido las leyes, y nos lo han endosado con el nombre de "justicia". [...] no es más que una conspiración de los ricos, que persiguen sus propios intereses.
Nada se puede dar a un hombre si no es quitándoselo a otro.
Tomás Moro (Thomas More 1478 - 1535), político humanista, teólogo, santo y escritor inglés.
¿Por qué habría de parecernos que contemplar como unos codiciosos empresarios resultan enriquecidos por el derrumbamiento de un Estado autoritario es mucho mejor que el propio autoritarismo?
El estilo materialista y egoísta de la vida contemporánea no es inherente a la condición humana. Gran parte de lo que hoy nos parece "natural" data de la década de 1980: la obsesión por la creación de riqueza, el culto a la privatización y el sector privado, las crecientes diferencias entre ricos y pobres. Y, sobre todo, la retórica que los acompaña: una admiración acrítica por los mercados no regulados, el desprecio por el sector público, la ilusión del crecimiento infinito.
Es una intrigante paradoja que el capitalismo fuera salvado gracias a transformaciones que se identificaron con el socialismo.
Esta reducción de la "sociedad" a una tenue membrana de interacciones entre individuos privados se presenta hoy como la ambición de los liberales y de los partidarios del mercado libre. Pero nunca deberíamos olvidar que primero, y sobre todo, fue el sueño de los jacobinos, los bolcheviques y los nazis.
Hay algo profundamente erróneo en la forma en que vivimos hoy. Durante treinta años hemos hecho una virtud de la búsqueda del beneficio material: de hecho, esta búsqueda es todo lo que queda de nuestro sentido de un propósito colectivo. Sabemos qué cuestan las cosas, pero no tenemos idea de lo que valen. Ya no nos preguntamos sobre un acto legislativo o un pronunciamiento judicial: ¿Es legítimo? ¿Es ecuánime? ¿Es justo? ¿Es correcto? ¿Va a contribuir a mejorar la sociedad o el mundo? Éstos solían ser los interrogantes políticos, incluso si sus respuestas no eran fáciles. Tenemos que volver a aprender a plantearlos.
Los mercados nunca generan automáticamente confianza, cooperación o acción colectiva para el bien común. Todo lo contrario; la naturaleza de la competencia económica implica que el participante que rompe las leyes triunfa -al menos a corto plazo- sobre sus competidores con más sensibilidad ética.
Vivir cerca de personas cuya condición representa un reproche ético permanente es una fuente de incomodidad incluso para los ricos.
Tony Judt (1948 - 2010), historiador y escritor británico.